Este es el evangelio de la gracia de Dios y sé que conmueve el corazón de muchos de ustedes. Me conmueve el alma pensar que la gracia de mi Señor es desde toda la eternidad, una gracia que es constante en su elección y será constante a ella cuando todas estas cosas visibles desaparezcan como chispas que vuelan de la chimenea. Mi corazón se alegra tener que predicar acerca de la gracia ofrecida libremente y del amor… ¡Hay algo en un evangelio de gracia que vale la pena predicar, que vale la pena escuchar, por el cual vale la pena vivir y por el cual vale la pena morir!

Mi amigo, si el evangelio no ha hecho nada por ti, calla o no hables en su contra. Pero si el evangelio ha hecho por ti lo que hace por algunos de nosotros: si ha cambiado tu vida, si te ha levantado del estiércol y hecho sentar en un trono, si es hoy tu comida y tu bebida, si para tu vida es el propio centro del sol, entonces sé testigo constante de ello. Si el evangelio ha llegado a ser para ti lo que es para mí, la luz de lo más profundo de mi corazón, el centro de mi ser, entonces, cuéntalo, cuéntalo dondequiera que vayas, y haz saber a los hombres que aun si lo rechazan, para ti es el poder para salvación y que será lo mismo para cada aquel que cree. Se me acaba el tiempo, pero debo demorarlos un minuto más para recordarles las
razones por las cuales, mis hermanos, debemos vivir para dar a conocer el evangelio de la gracia de Dios:

Primero, porque, después de todo es el único evangelio en el mundo. Estos evangelios que brotan como hongos por una hora, que vienen y van como un periódico diario, que tienen su día y luego se descartan, no tienen derecho a la consagración del hombre… Pero para escuchar el evangelio de la gracia de Dios vale la pena caminar muchas leguas, y su
fuera explicado claramente en todas nuestras iglesias y capillas les aseguro que veríamos menos bancos vacíos: la gente vendría y lo escucharía, porque siempre lo ha hecho. Es el evangelio sin gracia que hace morir de hambre a las manadas hasta que por fin se apartan… El hombre quiere algo que le alegre el corazón en medio de su labor y le dé esperanza bajo convicción de pecado. Así como el sediento necesita agua, necesita el hombre el evangelio de la gracia de Dios. Y no hay dos evangelios en el mundo así como no hay dos soles en el cielo que alumbran la tierra. Hay una sola atmósfera para que respiremos y un solo evangelio por el cual vivir…

Hazlo, también, porque es para la gloria de Dios. ¿No te das cuenta cómo el evangelio glorifica a Dios? Rebaja al pecador, hace que el hombre no sea nadie, en cambio, Dios es todo en todo. Coloca a Dios en un trono y arrastra al hombre en el polvo; y luego dulcemente lo guía a adorar y reverenciar al Dios de toda gracia, quien pasa por alto la transgresión, la iniquidad y el pecado.

Por lo tanto, propágalo. Hazlo porque así glorificarás a Cristo. ¡Oh, si Cristo subiera a esta plataforma esta mañana, con cuánta alegría lo recibiríamos! ¡Con cuánta devoción lo adoraríamos! Si solo viéramos esa sien, esa preciada sien majestuosa, ¿no nos inclinaríamos para adorarlo? Y si nos hablara y dijera: “Amados míos, les he encargado a ustedes el
evangelio. ¡Sean fieles a él tal como lo recibieron! No se dejen llevar por las nociones e invenciones de los hombres, sino que manténganse fieles a la verdad que han recibido; y vayan y hablen de mi Palabra, porque tengo otras ovejas que todavía no son de mi redil, y tienen que ser rescatadas. ¡Y ustedes tienen hermanos que todavía son pródigos, y tienen que volver a casa!” Digo que si él los mirara a cada uno en la cara y les dijera eso, el
alma de cada uno respondería: “¡Señor, viviré para ti! ¡Haré que te conozcan! Moriré por ti, si es necesario, para anunciar el evangelio de Jesucristo.”

De un sermón predicado el Día del Señor por la mañana, el 12 de agosto, 1883, en Exeter Hall.


Charles H. Spurgeon (1834-1892): Pastor bautista influyente en Inglaterra. La colección de sermones de Spurgeon durante su ministerio ocupa 63 tomos. Los 20 – 25 millones de palabras en sus sermones son equivalentes a 27 tomos de la novena edición de la Enciclopedia Británica. La serie constituye la mayor colección de libros por un solo autor en la historia del cristianismo. Nació en Kelvedon, Inglaterra.