Me encanta una buena historia. Sin embargo, he descubierto que la mayoría de las historias, especialmente las más recientes, no son tan buenas. Las historias verdaderamente buenas son típicamente muy antiguas. Han superado la prueba del tiempo. No solo se comunican con nuestras mentes y conectan nuestros corazones con sus personajes, sino que también llegan a lo más profundo de nuestras almas. Las buenas historias nos hacen reír y llorar. Nos retan y nos consuelan. No nos dejan iguales.

Hace poco tiempo, terminé de leer el clásico de Víctor Hugo «Los Miserables». Tan pronto como puse el libro de nuevo en el estante, me sentí atraído a leerlo otra vez, ya que solo después de terminar de leer el libro sentí que entendía todo lo que Hugo comunicaba desde la primera página. Las buenas historias son así. Los buenos narradores ofrecen a los lectores atentos un lente a través del cual pueden apreciar el mensaje principal de la historia. Una vez que los lectores lo ven, quieren leer la historia de nuevo, porque ahora entienden de qué se trata. Se sienten como si hubieran descifrado su código y como si incluso fueran parte de la historia.

Nosotros como creyentes amamos las parábolas de Jesús no solo porque son buenas historias bien contadas sino porque el Espíritu Santo nos ha abierto nuestros ojos, oídos y corazones para entender su mensaje.

Esta es una razón por la que a los niños les encanta leer los mismos cuentos una y otra vez antes de dormir, y es por eso que como cristianos nos encanta leer la Biblia una y otra vez. Pero ¿cuántas veces has escuchado a un incrédulo o a un ateo profesante decir algo como: «Leí la Biblia una vez, y me di cuenta que no era para mí»? Cuando escucho eso, quiero responder: «En realidad, nunca has leído la Biblia». Puede que hayan leído las palabras, pero no tenían los ojos para ver, los oídos para oír y el corazón para percibir lo que el Autor de la Biblia está comunicando. Ellos no podían entender el mensaje principal del Autor, por lo que no deseaban volver a leerla.

Jesús fue el narrador magistral que, como fue profetizado en el Salmo 78 (ver Mateo 13:35), a menudo enseñó usando parábolas para ilustrar Su mensaje principal. Lo hizo así al menos por dos razones: para confundir a los que lo rechazaron y para iluminar a los que lo recibieron (Marcos 4:11-12). Si alguien piensa que todas las historias de Jesús son confusas, es porque nuestro Dios soberano no le ha dado ojos para ver, oídos para oír o corazón para percibir la verdad salvadora del glorioso evangelio de Jesucristo.

Sin embargo, nosotros como creyentes amamos las parábolas de Jesús, no solo porque son buenas historias bien contadas sino porque el Espíritu Santo nos ha abierto nuestros ojos, oídos y corazones para entender su mensaje. Nos identificamos con los personajes de Sus parábolas, y queremos oírlas una y otra vez mientras descansamos para siempre en el amor pródigo de nuestro Padre por nosotros.

El Dr. Burk Parsons es pastor principal de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, es un ministro ordenado en la Iglesia Presbiteriana en América y director de Church Planting Fellowship. Es autor de Why Do We Have Creeds?, editor de Assured by God y John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine, and Doxology, y co-traductor y co-editor de ¿Cómo debe vivir el cristiano? de Juan Calvino.