
No tema porque haya tantos pecadores aquí presentes, ni porque tantos sean enemigos de Dios. Mi invitación no la dirijo sólo a uno de ustedes para que venga, sino: “Vengan todos, cuantos más vengan mejor”. Mi Señor recibirá mayor honra si resuelve esta enemistad en cientos de casos, todos distintos, pero todos graves. Venga uno, vengan todos, él no le cerrará la puerta a nadie. Cuando uno va ver a ciertos doctores reconocidos de esta ciudad, tiene que presentarse muy temprano en la mañana y esperar casi hasta la noche antes de que lo atienda; en cambio, no hay que esperar nada para ser atendido por mi Maestro y Señor. Si anhela ser amigo de Dios, el mediador está listo para atenderlo, resolver las diferencias [entre ustedes] y despedirlo feliz en el amor del Altísimo.
“¿Pero puedo venir?”, preguntará alguno. ¿Qué si puede venir? ¡Claro que puede! Cuando Cristo se ofrece como mediador, ¿por qué no aprovechar esa oportunidad? Yo no me disculpo por ir al médico cuando estoy enfermo. Él se ha anunciado como médico, por lo tanto, está dispuesto a tratar con los enfermos y por eso voy a verlo cuando lo necesito. No me estoy tomando ninguna libertad al ir a verlo. Si él ha asumido ese oficio, sin duda alguna lo cumplirá. ¡Pobre desventurado culpable, temeroso de venir a Dios! ¡Puede estar seguro de que Cristo hace pública su designación de mediador con la intención de cumplir su cometido! Él es el camino al Padre. Venga, acuda a él para que cumpla su obra en usted. Crea que él puede hacer lo que, por su nombre y título oficial, profesa hacer. Venga y reconcíliese con Dios por medio de Jesucristo su Hijo, el mediador.
Desde hace casi cuarenta años me esfuerzo por predicar. No he podido hacerlo como yo quisiera. ¡Oh, que supiera cómo expresar esto para conmover a cada alma a fin de que acuda a Dios y clame pidiendo paz con Dios! ¡Cuánto anhela Dios estar en paz con los hombres, tanto que provee un mediador entre él mismo y ellos! ¡Con cuánta rapidez debería acudir usted sabiendo que la honra y la gloria de Cristo dependen de que cada uno deje su caso en sus manos! Vuelvo a preguntar: ¿De qué vale un mediador si nadie le confía su caso? La condición de un rey sin corona, un pastor sin rebaño, un agricultor sin tierras, un médico sin enfermos, es lastimosa. ¿Y cuál sería la condición de Cristo, si no hubiera pecadores? Su nombre sería insignificante y sin gloria. ¡Venga, pues, usted, aunque sea el peor de los pecadores, venga a Cristo y entréguele su caso!
VIII. Concluyo haciendo notar que, aunque es necesario que cuando el mediador inicia su labor de arbitraje debe haber dos partes en conflicto, pues el mediador no lo es de uno solo, pero Dios es uno. Cuando concluye su tarea, EL MEDIADOR TIENE QUE HABER HECHO DE LOS DOS, UNO; DE LO CONTRARIO NO HA TENIDO ÉXITO. Nuestro Señor ha derribado la pared intermedia de separación. A través de los siglos, ha logrado la reconciliación verdadera de Dios con los que estaban separados de él. Cristo ha hecho esto por tantos, que le ruego que se pregunte usted: “¿Acaso no lo hará por mí?”. ¿Por qué no? En la morada privada de Cristo hay un registro de diez mil disputas entre los hombres y Dios, que él ha resuelto. ¿Por qué no tendría también mi nombre entre esos? ¿Por qué no pondría fin a mi enemistad con Dios? ¿Por qué no me reconciliaría con el Padre para que
me dé el ósculo de la paz? Él nunca ha fallado en ningún caso. Algunos de los peores casos han sido sometidos a su arbitraje y siempre ha salido airoso. No se sabe en el cielo de ninguna derrota de nuestro Señor; ni las sombras tenebrosas del infierno pueden mostrar ni una sola falla de Cristo en el caso de alguna pobre alma, condenada y culpable, que haya acudido a él, rogando: “Dame paz con Dios”. El mediador nunca tuvo que responder: “No puedo hacerlo”. No existe ningún caso así. ¡Venga, mi amigo, aunque haya vivido hasta los ochenta años siendo enemigo de Dios, todavía puede convertirse en su amigo por los oficios de este mediador! ¡Venga, usted que me escucha, si es joven y fuerte, y si sus pasiones lo han llevado muy lejos de la pureza, al punto de estar enemistado con Dios; venga ahora mismo, tal como es, y Cristo resolverá la enemistad entre usted y Dios! Su sangre que perdona puede quitar la culpa que enciende la ira de a Dios; y el agua que fluyó con sangre del costado traspasado de su amado, puede quitar de su pecho el deseo de rebelarse. Mi anhelo es que estas palabras sean de consuelo para el alma que las necesite para conducirla a Jesús.
La reconciliación obrada por Cristo es totalmente perfecta. Significa vida eterna. Oh, querido oyente, si Jesús lo reconcilia con Dios ahora, nunca volverá a enemistarse con él, ni Dios se enemistará con usted. Si el mediador
elimina el motivo de la disensión —su pecado y lo pecaminoso de su naturaleza— lo elimina para siempre. Él arrojará sus iniquidades a lo más profundo del mar: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus
pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Is. 44:22). Una vez establecida la paz entre usted y Dios, él lo amará para siempre y usted lo amará para siempre a él; y nada podrá separarlo del amor de Dios que es en Cristo Jesús
Señor nuestro (Ro. 8:39). Hay adhesivos que unen de tal manera las piezas de los platos rotos, que estos quedan más fuertes de lo que eran antes de romperse. No sé cómo puede ser eso. Pero esto sí sé: que la unión entre Dios
y el pecador, reconciliados porla sangre de Jesús, es más cercana y más fuerte que la unión entre Dios y Adán antes de la Caída. Aquella unión se rompió de un simple golpe. En cambio, si Cristo nos une al Padre por su sangre
preciosa, nos mantendrá unidos para siempre por el influjo de su gracia en nuestra alma. “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Ro. 8:35).
Hay una cosa más. Recuerde que si rechaza al mediador designado por Dios, está rechazando definitivamente la posibilidad de tener paz con Dios. En el pasado nunca hubiera podido encontrar otro mediador, ni podrá encontrar otro ahora: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). No puede haber otro mediador más propicio en todo sentido para interponerse entre nosotros y Dios, como el Dios-hombre, Cristo Jesús, aquel que se desangró en la cruz para quitar nuestro pecado y resucitó para proclamar que somos justificados. Si Dios arranca de su propio regazo a su propio Hijo y lo entrega para morir con el fin de establecer la paz con nosotros y nosotros lo rechazamos, significa que queremos una guerra sin cuartel contra Dios. A eso se reduce todo. El que no acepta la mediación de Cristo, estará librando una batalla eterna con el Todopoderoso. Se coloca el yelmo y ciñe su espada para combatir inútilmente con su Hacedor. El que rechaza a Cristo, rechaza la paz. Estoy seguro de esto. Está eligiendo la guerra con el Señor de los ejércitos.
Pues bien, señores, el que quiere guerra, guerra tendrá; pero le ruego al que eso quiere, que se arrepienta este mismo instante de su insensata elección. ¿Cómo puede contender contra Dios? ¿Qué sentido tendría? Luchar
contra Dios es obrar contra sus propios intereses y llevar su alma a la ruina. El cielo, el único cielo que una criatura puede tener, es estar en paz con su Creador. No hay paz para el impío. ¿Cómo podría haberla? La única esperanza que podemos tener es estar de acuerdo con Dios. Si él nos hizo, nos hizo con un propósito. Cumplir ese propósito, será cumplir el propósito de nuestra vida y seremos felices. Si no lo cumplimos, nunca seremos felices. Y si optamos por ser enemigos de Dios, lo hacemos para nuestra condenación eterna. Dios ayude al que ha hecho tal elección para que se arrepienta. Aferrémonos ahora a Cristo, el mediador, y pongamos toda nuestra confianza en él para hacer las paces entre nosotros y Dios. ¡Y sea a su nombre gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Tomado de un sermón predicado la noche del Día del Señor, 23 de febrero de 1890, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.
Charles H. Spurgeon (1834-1892): Predicador bautista inglés, cuyos escritos son los más leídos (aparte de los encontrados en las Escrituras). Existen en la actualidad, más materiales escritos por Spurgeon que cualquier otro autor cristiano, vivo o muerto. Nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra.
Debe estar conectado para enviar un comentario.