
IV. En este caso, si el que ha transgredido quiere reconciliarse, le es posible hacerlo, porque el Dios, contra quien transgredió, está dispuesto a hacer las paces. NO HAY NECESIDAD DE UN MEDIADOR A MENOS QUE AMBAS PARTES ESTÉN DISPUESTAS A RECONCILIARSE. El mediador que interviene entre dos personas que se aborrecen, pero que no están dispuestas a reconciliarse, cuyo caso no tiene remedio, simplemente pierde su tiempo. Pero, en nuestro caso, Dios está dispuesto a reconciliarse. “No hay enojo en mí” (Is. 27:4). En cambio, el hombre no está dispuesto a reconciliarse con Dios hasta que su gracia le cambia el corazón. Si usted desea terminar su enemistad con Dios y ser su amigo, le alegrará saber que hay un mediador. Jesús está en espera de quitar la barrera que lo separa de Dios y reconciliarlo con él. De hecho, él ya proveyó para esa reconciliación por medio de su propia muerte.
No obstante, para que pueda intervenir un mediador, un árbitro, ambas partes tienen que estar dispuestas a dejar el asunto en sus manos. La diferencia que los separa tiene que ser una que ninguna de las dos partes puede eliminar independientemente, que quieren solucionar, y que están dispuestos a poner en manos del árbitro. Dios está listo para confiar nuestro caso a Cristo. Así lo ha hecho. Él se ha valido de la ayuda de uno que es poderoso. Lo ha capacitado y comisionado para que venga como un embajador y establezca la paz entre él y el hombre culpable. Por su parte, ¿está usted dispuesto a poner todo su caso en manos de Cristo para hacer lo que le pida, para reconocer lo que él quiere que confiese, para arrepentirse de aquello que él le convence que ha hecho mal, para corregir aquello por lo que él le dice “Has fallado”? ¿Confiará su caso a un mediador y hará que Jesucristo, el Hijo de Dios, represente su caso? Dios confía plenamente en la capacidad mediadora de su Hijo Jesús y pone todo en sus manos. No teme dejar todo lo concerniente a su gobierno moral y su carácter real en las manos de su Hijo amado. ¿Confiará usted los intereses eternos de su alma a esas mismas manos amadas y traspasadas [en la cruz del calvario]? Si es así, alégrese de que haya un mediador entre dos partes enemistadas durante tanto tiempo: Un mediador entre Dios y usted. Recíbalo ahora en su corazón.
V. Ahora vamos un paso más allá. Un mediador no lo es de uno solo, SINO QUE ANALIZA LOS INTERESES DE AMBAS PARTES. Así es nuestro Señor Jesucristo. Al venir a la tierra, ¿vino para salvar a los hombres? Sí. ¿Vino para glorificar el nombre de Su Padre? Sí. ¿Por cuál de estos dos propósitos vino principalmente? No sé decirlo. Vino por ambos y combina los dos. Cuida de los intereses del hombre y defiende el caso de su alma; cuida de los intereses de Dios y vindica el honor de Dios, aun hasta la muerte. ¿Es él obediente para poder magnificar la ley de Dios y engrandecerla (Is.42:21)? Sí, pero es mediador para redimirnos de la maldición de la Ley (Gá. 3:13). Amados, nuestro bendito mediador no lo es de uno solo. Un árbitro no debe tomar partido y un mediador que no entiende más que una de las partes y no se preocupa más que por una de las partes, es indigno de su nombre. Nuestro mediador, el Señor Jesucristo, tiene ambas naturalezas. ¿Es Dios? Sin lugar a dudas es el Dios verdadero. ¿Es hombre? Ciertamente es de la sustancia de su madre, tan verdaderamente hombre como cualquiera de nosotros. ¿Es mayormente Dios o es mayormente hombre? Ésta es una pregunta que ni siquiera debiera formularse y, por lo tanto, no merece respuesta. Él es mi hermano. Es Hijo de Dios. Sí, él mismo es Dios. ¿Qué mejor árbitro podríamos tener que este ser humano divino, que puede poner sus manos sobre ambos, quien, siendo en forma de Dios, aun así llama al hombre su hermano? (Fil. 2:6-8). El mediador no lo es de uno solo, puesto que tiene las dos naturalezas y defiende las causas de ambas. ¡Oh, qué importante es la gloria de Dios para el corazón de Cristo! Él vive, muere y resucita para glorificar al Padre. ¡Oh, qué importante es para Cristo la salvación de los hombres! Él vive, muere y resucita para la salvación del pecador. Tiene el entusiasmo de la humanidad, pero también el de la divinidad. Dios ha de ser glorificado; él muere para que lo sea. El hombre necesita ser salvo; él muere para que lo sea. ¡Qué magnífico mediador, porque no lo es de uno solo, sino que se hace responsable de la causa de ambas partes!
VI. En este oficio, NUESTRO BENDITO MEDIADOR DEFIENDE A AMBAS PARTES, presentado la causa de una a la otra, porque no es mediador de uno solo. Un mediador, cuando quiere negociar la paz, acude a una de las partes, explica el caso, le exhorta y presenta su defensa. Una vez que lo ha hecho, se dirige a la otra parte y explica la perspectiva de la primera parte. Defiende a una parte ante la otra. Así es como Cristo intercede entre Dios y el hombre. ¡Oh, qué maravilloso! Defiende la causa del pecador ante Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Y luego da media vuelta y presenta la causa de Dios a los pecadores, les pide que acudan a él y que se reconcilien con él ¡porque él es el Padre y Amigo de ellos! Aquel que pretenda intervenir y ser un mediador, y luego le adjudica toda la culpa a una de las partes y sólo cuida los intereses de la otra parte, no es un mediador, sino que está de parte de solo una de las facciones. Pero, en el caso que nos ocupa, tenemos uno que tiene algo que decir, no para vindicar o excusar el pecado, sino para pedir misericordia por el pecador. Él tiene algo que decir para engrandecerla justicia de Dios y, sin embargo, clama pidiendo misericordia. Ruega: “¡Ten misericordia, oh Dios! ¡Ten misericordia del culpable!”. Creo que he comprendido el sentido de este texto, aunque por alguna razón, me es imposible explicar el significado exacto de las palabras. Este significado permanece oculto dentro de las palabras: Un mediador no es para uno, sino que analiza los intereses de ambos.
VII. Resulta claro, entonces, QUE UN MEDIADOR DEBE TRATAR CON DOS PARTES, de lo contrario, su oficio solo lo es de nombre. El oficio de un árbitro está diseñado para que quien lo ejerza trate de mantener el orden entre dos grupos de personas; pero si uno solo se hace presente, el árbitro no tiene nada que hacer allí. “El mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno”.
Ahora bien, mi Señor está aquí hoy para actuar como mediador. Dios está dispuesto a reconciliarse con sus criaturas. Pero si no hay nadie que necesite reconciliarse con él, si esta predicación no tiene ninguna relación con ningún oyente, entonces es muy claro que Cristo no podrá cumplir su oficio. Él no puede ser un mediador, a menos que haya aquí algún pecador que necesita reconciliarse con el Señor. ¿Dónde está ese pecador? Mi Señor, el mediador, está reuniendo en este momento su juzgado y toma su lugar entre nosotros como embajador; pero, ¿qué puede hacer, a menos que encontremos la otra parte de la mediación, a menos que podamos encontrar al transgresor, al culpable y, a menos que, una vez que lo encontremos, el Espíritu de Dios le mueva a decir: “Anhelo reconciliarme con Dios y pongo mi caso en manos del gran mediador”? Si no hay ningún pecador en el mundo, entonces no hay un Salvador en el mundo. ¿Cómo podría salvar a alguien si los hombres no son culpables y no necesitan ser salvados? ¡Le afirmo, pecador, que usted es indispensable para que Cristo lleve a cabo su obra! Digamos que un médico coloca en el frente de su casa una placa de bronce que anuncia su consultorio. Voy y le digo que no hay ningún enfermo en todo el distrito. Le demuestro que en diez kilómetros a la redonda, no hay nadie que sufra ni siquiera de una gripe o de un dolor de muelas. De seguro que el buen doctor descolgará su placa de bronce y se irá un mes al campo a descansar. Si todo el mundo gozara siempre de buena salud, no necesitaría los
servicios de un médico. Ahora bien, si en esta ocasión, cada uno de los presentes ha guardado la Ley de Dios y es inocente, está libre de culpa y en plena armonía con Dios, mi Señor no tiene ninguna misión aquí, ni yo tampoco. No tengo ninguna necesidad de hablar de él porque “los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Mt. 9:12). Por tanto, me presento en el nombre del mediador para preguntar si no habrá algún pecador que quiera confesar su culpa; algún enemigo de Dios que quiera pedir paz; algún joven insensato que habiendo vivido sin Dios hasta ahora, quiera reconciliarse con él. De ser así, permita que el Señor haga su obra en usted. Deje que cumpla ese divino oficio de mediador que tanto le complace.
Y tome nota de esto: En el caso de un mediador o árbitro, entre más difícil es el caso, mayor es la honra que recibe si lo resuelve. Si la enemistad entre usted y Dios es muy grave, le recomiendo a mi Señor como mediador, pues
nunca ha fallado en resolver ni una sola enemistad y, en este instante, dice: “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37). Salomón se distinguió por su sabiduría para resolver problemas difíciles, pero hay ahora en este lugar uno más grande que Salomón. Si su vida es un caos y está plagada de problemas, Jesús puede enderezarla. Si sus diferencias con Dios son demasiado graves y serias como para expresarlas con palabras; si le están oprimiendo, si le quitan el sueño, si lo están llevando al borde del infierno, mi Señor, el mediador, puede todavía resolverlo que sea y hacer las paces entre su alma y Dios. ¿Está dispuesto a que él cumpla su oficio en usted? Si así es, entre peor sea su caso, mayor será el mérito que le corresponderá a mi Señor como mediador cuando haya resuelto su relación con Dios.
Continuara …
Tomado de un sermón predicado la noche del Día del Señor, 23 de febrero de 1890, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.
Charles H. Spurgeon (1834-1892): Predicador bautista inglés, cuyos escritos son los más leídos (aparte de los encontrados en las Escrituras). Existen en la actualidad, más materiales escritos por Spurgeon que cualquier otro autor cristiano, vivo o muerto. Nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra.
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