“Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno” (Gálatas 3:20)

El texto no parece difícil, pero para el exégeta serio es muy desconcertante. Al consultar a un comentarista antiguo, gran favorito mío, decía que había doscientos cincuenta significados diferentes dados por expositores a este versículo. En 1587, John Prime lo llamó “un laberinto sin fin”. Pensé: “Oh, ¡aquí tengo un gran bosque donde perderme! ¡Doscientos cincuenta significados!”. Cuando investigué lo que decía un autor más moderno, pero gran erudito, encontré que afirmaba que existían más de cuatrocientas interpretaciones. Esto era pasar de un bosque a una selva, una selva oscura, donde podía perderme y nunca encontrar la salida. ¿Debiera predicar sobre un texto así? Sí. Pero no sin antes preocuparme por estas múltiples interpretaciones. Sin duda, algunas de ellas son incorrectas; otras deben ser bastante acertadas. Entonces, ¿qué significa el pasaje? No me aventuro a decir que lo sé, pero sí me atrevo a decir que sé cómo usarlo con un propósito práctico. Si el Espíritu de Dios nos ayuda, encontraremos nuestro camino siguiendo una pista muy sencilla para arribar a un significado práctico y valernos de su contenido para provecho de nuestra alma.

¡Un mediador! ¿Qué es un mediador? Es un intermediario, una tercera persona que se interpone entre dos partes que de otra manera no podrían comunicarse. Recordemos el caso de Moisés: La voz de Dios era muy terrible y el pueblo no la podía soportar. Entonces, Moisés intervino y habló en nombre de Dios. La presencia de Jehová en la montaña era tan gloriosa que si los hombres la hubieran escalado, no podrían haber soportado su luz extraordinaria; entonces la escaló Moisés y comenzó a hablar a Dios en nombre de su pueblo. Asumió el oficio de mediador para hablar en nombre del Señor y también para interceder por el pueblo. A esto es lo que se refiere Pablo cuando dice que la Ley “fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador” (Gá. 3:19). Y aquí el Apóstol inserta una especie de afirmación general, una verdad que no parece tener relación con algo dicho antes ni después. Declara esto como una regla general: “Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno”. Pablo posee polvo de oro; cada uno de sus pensamientos es de inmenso valor. Mira un objeto y habla de él, y mientras tanto golpea una piedra con el pie y descubre una veta de oro, pero no se detiene, sigue adelante, como si no hubiera notado el tesoro y deja esa veta de oro para nuestra consideración. Le gusta divagar. Es el estilo de Pablo y el de todos aquellos cuya copa está rebosando. Se centra en un argumento, pero ve muchos más. Mientras corre hacia la meta, deja caer manzanas de oro en la forma de principios generales que le vienen a la mente en el momento. Visualizo a Pablo dejando caer este principio general. Yo lo encuentro y lo levanto, no para usar como un argumento, sino como un tesoro que quiero usar para nuestro provecho. Un mediador, un intermediario, un intercesor no lo es de uno solo, eso es claro; pero Dios es uno. ¿Qué aprendemos de esto?

I. Primero, EL MEDIADOR NO ES PARA DIOS ÚNICAMENTE. El mediador tiene que ver con dos personas, con Dios y con el hombre. No media por alguna carencia de Dios mismo, porque le haga falta la intervención de algún tipo de mediador. Dios es uno eternamente y si lo vemos como la santa Trinidad, aun así, es una Trinidad en una unidad. Dios es uno. Algunos se autodenominan Unitarios, pero no tienen derecho exclusivo al nombre. Todos los Trinitarios son Unitarios, aunque creemos que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, no creemos que haya tres dioses, sino uno solo. Ahora bien, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no hay desacuerdos, ninguna razón para disentir y, por lo tanto, no necesita un mediador para sí mismo. Entonces, ¿para quién es necesario un mediador? Pues, para alguien más. Ese alguien más está aquí en esta ocasión y quiero exponerlo. ¡Un mediador! Bendito sea Dios, hay un mediador, pero Dios no lo quiere para sus propios propósitos. Hay otra persona para quien se requiere un mediador. ¿Dónde está esa otra persona? Está en el propio Cristo, que nos es dado como mediador al ser enviado en su naturaleza divina y humana. En la vida de Cristo, en la muerte de Cristo, Dios pensaba en otra persona. Al extender su mirada más allá de él mismo a otra persona, proveyó un mediador. Esto debe hacernos pensar seriamente porque, si Dios no estaba considerando su propia necesidad, ¿no estaría considerando la nuestra? Si Dios pensaba tanto en otros como para proveer un mediador, debe significar que pensaba en alguien que sí lo necesita. Oh, alma mía, ¿no estará pensando en mí, que me he apartado de él y vivido muchos años sin él?

Puesto que hay un mediador y Dios no lo necesita, ¿no será que tiene el propósito de satisfacer mi necesidad y llevarme de regreso a él? Ahora bien, según el sentido del texto y el contexto general de las Escrituras, esa otra persona para quien fue enviado un mediador, es el hombre. El hombre se apartó de Dios. Se enemistó con Dios, por lo que Dios está airado con él porque aborrece el pecado y tiene que castigar el mal. Por lo tanto, Dios posa su mirada en el hombre y, aquí estoy en esta ocasión, sentado en la casa de oración. ¿Me está mirando a mí? Dios anhela tener comunión con los hombres (Ap. 3:20). Su voluntad es que los hombres sean llevados a él; ¿por qué, entonces, no he de ser yo llevado a él? ¿Por qué tendría yo que vivir distanciado? Aquí hay un mediador; ese mediador no puede ser sólo para Dios porque Dios es uno; tiene que ser para una segunda persona, ¿no seré yo esa persona? Levanto mis ojos al cielo y ruego: “¡Oh Señor de gracia, concédeme ser esa otra persona para quien existe el mediador!”. Porque un mediador no es para uno y, siendo Dios uno, yo puedo serla segunda persona que es objeto de la obra de un mediador.

II. Demos un paso más. En segundo lugar, UN MEDIADOR NO ES PARA PERSONAS QUE COINCIDEN ENTRE SÍ. No se necesita un mediador para personas de un mismo sentir. No necesito un mediador entre mi hermano y yo, entre mi hijo y yo ni entre mi esposa y yo. Ya estamos perfectamente de acuerdo en todo y no necesitamos de ningún mediador. Entonces, queda claro que, sise requiere un mediador, es para dos personas que tienen razones para estar en desacuerdo. Preste mucha atención a esta verdad y hágala suya. No voy a decir cosas lindas, ni a usar palabras elegantes; sin embargo, le insto a usted que anhela ser salvo: Asegúrese de entender bien lo que estoy diciendo, pues le será de ayuda. ¡Un mediador! Eso es lo que requieren las personas que tienen razones para discrepar con Dios. ¡Pecador, pecador, estas son buenas noticias para usted! El hombre que está en armonía con Dios no necesita un mediador. Lo necesita el que ha provocado a Dios con sus muchos pecados y está lejos de él por lo pecaminoso de su naturaleza. Si éste es su caso, necesita un mediador entre usted y el tres veces santo y es
por aquellos como usted que ha aparecido un mediador. ¿Comprende esta verdad? Un mediador no lo es entre los que coinciden totalmente. Es un mediador entre personas que difieren y éste es el caso entre usted y su Dios.

III. El mediador también interviene CUANDO HAY DIFERENCIAS QUE NO PUEDEN RESOLVERSE CON FACILIDAD. Sabemos que si las diferencias son triviales y las dos partes en conflicto están dispuestas a resolverlas, lo hacen lo más pronto posible. En cambio, se recurre al mediador, al árbitro, cuando el caso es difícil. Como lo es por naturaleza su caso y el mío. Hemos pecado. Dios es justo. Él es muy compasivo y está dispuesto a perdonar las faltas contra su Persona, pero también es Rey y Juez de toda la tierra, y debe castigar el pecado. Si no lo hiciera, sería injusto, y la injusticia que no castiga el pecado es una crueldad hacia todos los justos. Si nuestros
jueces dictaminaran mañana que cada ladrón, cada asaltante, cada asesino quedara en libertad y fuera perdonado, sería un favor para ellos, pero una crueldad para nosotros. No sería una misericordia auténtica de parte de Dios pasar por alto el pecado sin castigarlo. No podría ocupar su trono como guardián de lo justo y protector de la virtud, si no emitiera juicio contra el pecado. Es aquí, entonces, que percibimos una barrera entre Dios y el culpable; Dios tiene que castigar al transgresor, y el hombre ha transgredido. ¿Cómo reconciliar a los dos? Aquí interviene el mediador, uno entre mil, que puede poner sus manos sobre ambos, resolver su enemistad mortal y establecer paz eterna entre ambos. El mediador no es para aquellos que están unidos, sino para los que tienen diferencias que no pueden subsanar fácilmente.

Continuará …

Tomado de un sermón predicado la noche del Día del Señor, 23 de febrero de 1890, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.


Charles H. Spurgeon (1834-1892): Predicador bautista inglés, cuyos escritos son los más leídos (aparte de los encontrados en las Escrituras). Existen en la actualidad, más materiales escritos por Spurgeon que cualquier otro autor cristiano, vivo o muerto. Nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra.

Anuncio publicitario