C. Consideremos a Cristo como el Mediador del pacto, quien tuvo que tratar con ambas partes a fin de unirlas. Agraviamos a Dios con nuestro pecado y culpabilidad; por lo tanto, por nosotros tuvo que ser un Sacerdote
para satisfacer la ley y la justicia, e interceder para que fuéramos perdonados. No sabíamos los planes del Padre y el Hijo; por lo tanto, era necesario que fuera revelador de esa gracia y estrategia misericordiosa. No estábamos dispuestos a tratar con Dios; por lo tanto, era necesario que como Rey consiguiera que nos sometamos y aceptáramos su gobierno. Fue necesario que comprara, revelara y administrara los beneficios del pacto.

D. Consideremos la obra de conversión. El alma tiene que recibir iluminación, por la convicción que le da el Profeta, para ver su propia desdicha y lo adecuado del remedio. Viendo su propia desdicha, el alma se
desesperaría si no fuera por la sangre del Sacerdote para rociar la conciencia y la voluntad nunca cedería si no sintiera el poder de su espada conquistadora.

E. Consideremos nuestras necesidades cotidianas. ¿Acaso no nos falta algún conocimiento de algo todos los días? ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos al gran Profeta al cual recurrir para instrucción y dirección?
Cada día agregamos una culpa nueva; ¿cuál sería nuestro consuelo si no tuviéramos un mérito duradero y un Abogado permanente? ¿Acaso no necesitamos siempre protección contra nuestros enemigos? ¿Cómo, pues,
podríamos vencer las huestes del infierno si nuestro Rey no estuviera en nosotros para subyugarlos?

F. En último lugar, consideremos las promesas que son la vara y el cayado de la vida cristiana, sin el cual los salvos nunca podrían alcanzar la victoria. Los oficios de Cristo son el origen y el manantial de todo esto.
¿Cuánto valen las promesas de iluminación, guía, dirección, etc., para el ciego y para los que no conocen el camino? Estas fluyen del oficio profético de Cristo. “He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y
por maestro a las naciones” (Is. 55:4). ¿Cuán preciosas son las promesas de paz, perdón y reconciliación para aquellos llenos de desasosiego por sus temores, su culpa y su pecado? Estas fluyen del oficio de Sumo Sacerdote. Y las promesas de protección y libertad a los cautivos fluyen de su oficio como Rey. Todas las promesas se basan en la compra de la sangre de Cristo y todas son sí y amén en él, y fluyen de él y a través de él (ver 2 Co. 1:20).


III. VEAMOS AHORA CUÁNDO FUE QUE CRISTO CUMPLIÓ ESTOS OFICIOS. Así como ha sido el Redentor de la Iglesia a través de las edades, también ha cumplido los demás oficios en todas las épocas de la Iglesia. En el Antiguo Testamento, fue el gran Profeta de la Iglesia, como dice Juan 1:18 “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Trajo buenas nuevas de salvación a los pecadores en cada revelación, desde la primera promesa evangélica hasta su manifestación en la carne. Y él, no sólo revela las cosas concernientes a la salvación de los hombres, sino que también las enseña y da el entendimiento para comprenderlas y conocerlas. Fue Profeta a la Iglesia en el desierto; pues como dice Éxodo 23:20: “He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado”. Y leemos en 1 Pedro 3:19 que “fue y predicó a los espíritus encarcelados”; esto se refiere a los pecadores en la antigüedad que, a pesar del ministerio de Noé, no se arrepintieron y entonces, para el tiempo cuando el Apóstol escribió estas palabras, eran prisioneros en el infierno. Cristo fue también su Sacerdote, intercediendo por su pueblo en el futuro, con base en sus sufrimientos futuros. Tenemos un ejemplo digno de notar en Zacarías 1:12: “Oh Jehová de los ejércitos, ¿hasta cuándo no tendrás piedad de Jerusalén, y de las ciudades de
Judá, con las cuales has estado airado por espacio de setenta años?”. Y fue su Rey, el Capitán de las huestes del Señor, quien los libró de la esclavitud en Egipto, los guió por el inhóspito desierto, los asentó en Canaán e instituyó todo su culto de adoración y servicio religioso, etc.

No obstante, Cristo cumplió estos oficios más específicamente después de su encarnación, tanto en su estado de humillación como de exaltación. Estos son los dos estados de los cuales habla el Apóstol en Filipenses 2:8-9: “Estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”.
Fue Profeta mientras estaba en la tierra y, por medio de su Palabra y su Espíritu, sigue revelando la voluntad de Dios para la salvación de su pueblo. Enseñó toda la doctrina de la Biblia; y él es el que ha comunicado todo conocimiento salvador hasta este día y seguirá haciéndolo hasta el final de los tiempos.

Fue un Sacerdote en su estado de humillación, al igual que en su estado de exaltación. Su sacrificio fue ofrecido en la tierra y, por lo tanto, fue un Sacerdote aquí. Por eso dice el Apóstol en Efesios 5:2: “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”. No ascendió al cielo hasta que por su sacrificio efectuó “la purificación de nuestros pecados” (He. 1:3). Y continúa siendo un Sacerdote intercesor para siempre (He. 7:25). Fue también Rey en su estado de humillación. Nació como Rey (Mt. 2:2), su entrada a Jerusalén fue como Rey, cumpliendo así una antigua profecía sobre él (Mt. 21:5); se presentó como Rey ante Pilatos (Mt. 27:11). Fue el Señor de gloria quien fue crucificado (1 Co. 2:8). Y está ahora exaltado en su trono, es llamado “REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:16) y reinará hasta que sus enemigos sean puestos
por estrado de sus pies (He. 10:13) y todos sus súbditos sean llevados a la gloria. Cabe señalar que no se deben dividir estos tres oficios que Cristo cumple, especialmente cuando los cumple de una manera eficaz para la
salvación de las almas. Puede ciertamente revelar de manera objetiva la voluntad de Dios y dar leyes a su Iglesia como Profeta, sin darles la unción por la cual Dios les enseña a conocer todas las cosas necesarias para
alcanzar salvación. Y puede cumplir su oficio real, como Juez, infligiendo juicios y calamidades terribles, sin someterlos a esa obediencia y sujeción a él, que es el privilegio de los creyentes auténticos. No obstante, es
una verdad indubitable que en cualquier momento que ejecuta uno de estos oficios para salvar al hombre, lo hace cumpliendo los tres. En este sentido, aunque los oficios son distintos, no están divididos porque todo el que es enseñado por él como Profeta, para salvación, es redimido para Dios por su sangre como Sacerdote y es sometido por su poder como Rey, de manera que lo hace voluntariamente. Y todos aquellos cuyos pecados son expiados por él como Sacerdote, a su tiempo serán enseñados por él como Profeta y hechos súbditos voluntarios de él como Rey en el día de su poder (Sal. 110:3).

Continuará …

Tomado de “An Illustration of the Doctrines of the Christian Religion”, en The Whole Works of Thomas Boston.


Thomas Boston (1676-1732) Pastor y erudito presbiteriano escocés; nacido en Duns, Berwickshire, Escocia

Anuncio publicitario