PRIMERO, LO QUE SIGNIFICA CREER EN DIOS: Significa conocer a Dios en concordancia con la revelación de él mismo, que nos ha sido dada a través de Cristo en los Evangelios. Reconozco que aun los paganos mismos, saben de su poder eterno por las maravillas que han visto. Pero el pecador culpable no tiene ningún conocimiento salvador de Dios. En cambio, el que está en Cristo vive bajo esta premisa: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:6). Y sean las que fueren las brillantes ideas o especulaciones que pueda tener la gente acerca de Dios y de sus excelencias descubiertas en las obras de su creación y sus providencias, si esas nociones acerca de él no están basadas en la revelación del evangelio, no es fe auténtica. Y si
la revelación de Dios en Cristo no es revelada por el Espíritu de sabiduría, quitando el velo de ignorancia e incredulidad que hay en la mente por naturaleza, no puede haber un conocimiento de Dios que salva, satisface y santifica. Sin el fundamento de la Palabra, ninguna fe o creencia es auténtica. Sólo una iluminación verdadera de la mente con el conocimiento de Dios en Cristo reconciliando al mundo con sí mismo, puede producir una fe que salva. Y este conocimiento es tan esencial para tener fe o creer, que lo encontramos a menudo en las Escrituras, expresado con la palabra conocer: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).

Creer en Dios implica una aceptación firme y constante de la verdad y la veracidad de lo que Dios dice en su Palabra. Es creer y aceptar el testimonio de sí mismo. Esto es llamado “recibir la evidencia de Dios, reconocer definitivamente que Dios es auténtico, creer en la veracidad de lo que nos narra el evangelio”. Cuando el hombre escucha “la palabra verdadera del evangelio” (Col. 1:5), está listo para clamar con el Apóstol: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos” (1 Ti. 1:15). Esta palabra está establecida en los cielos; cielo y tierra pasarán, pero esta Palabra de Dios permanece para siempre…

Procederé ahora a examinar qué influencia tiene esta fe sobre las buenas obras:

La fe auténtica une al alma con Cristo, quien es la raíz misma y la fuente de toda santidad. “De mí [dice el Señor] será hallado tu fruto. El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto”, esto es por fe. Es cierto que en nuestro estado natural podemos llevar muchos frutos que son moral y materialmente buenos, pero sin estar unidos a Cristo, no podemos hacer ninguna obra que sea espiritualmente buena y aceptable, porque como dice el Maestro: “Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn. 15:4). Así como es imposible cosechar uvas de las espinas o higos de los cardos igual de imposible es que alguien lejos de Cristo realice obras espiritualmente buenas…

La fe obra por el amor, y el amor es el cumplimiento de la ley. Amar a Dios en Cristo es el próximo e inmediato fruto de la fe auténtica que salva. El corazón ungido con el amor de Dios en Cristo hace que el hombre abunde en buenas obras: “El amor de Cristo nos constriñe…”, dice el Apóstol (2 Co. 5:14). El amor causa que el hombre guarde los mandamientos de Dios. El amor impulsa al hombre a correr a través del fuego y el agua por él. “Las muchas aguas no podrán apagar el amor” (Cnt. 8:7). “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Ro. 8:35).

La fe aplica las promesas del Nuevo Pacto y de él obtiene gracia para obedecer los preceptos de la ley. La fe, por así decir, se desplaza entre el precepto y la promesa: Lleva al hombre del precepto a la promesa y de la promesa al precepto. Como por ejemplo cuando la ley dice “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5; Lc. 10:27), la fe pasa a la promesa, donde Dios dijo: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios” (Dt. 30:6)… ¿Dice la ley: “y conocerás a Jehová”? (Os. 2:20). Pues bien, la fe confía en la promesa: “Y les daré corazón para que me conozcan” (Jer. 24:7). ¿Nos obliga la ley a guardar todos sus mandamientos? La fe recurre a la promesa y la aplica: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos” (Ez. 36:27).

La fe tiene influencia sobre las buenas obras cuando contempla la autoridad de Dios en Cristo interpuesta en cada mandamiento de la Ley. Los ojos de la razón, quizá vean, como hemos sugerido, la autoridad de Dios creador, que es tan evidente en el caso del pagano al contemplar los cielos; pero es únicamente con ojos de la fe que proviene del Señor, que podemos contemplar la autoridad de Dios en Cristo y recibir de sus manos la Ley… ¡Oh! Cuando Dios en Cristo es visto por fe, el alma no puede dejar de clamar: “Dios es mi rey desde tiempo antiguo; el que obra salvación en medio de la tierra, sus mandamientos no son gravosos porque su yugo es fácil y ligera su carga. Ya no lo veo más como un pacto de obras para mí, sino como una regla de obediencia, endulzada con amor y gracia redentora”. Así pues, vemos qué influencia tiene la fe sobre las buenas obras.

Tomado de “The Necessity and Profitableness of Good Works Asserted”en The Whole Works of the Late Rev. Ebenezer Erskine.

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Ebenezer Erskine (1680-1754): Predicador evangélico escocés, fundador principal de la Iglesia Separada de Escocia (formada con disidentes de la Iglesia de Escocia), padre de quince hijos, nacido en Dryburgh, Berwickshire, Escocia.