Herejías en la enseñanza de la maldición generacional
¿Qué daño hace tomar livianamente las Escrituras y decir algunas oraciones extras? He aquí una lista incompleta de los efectos perjudiciales de la maldición generacional.
1. Niega la suficiencia de las Escrituras y requiere que se añadan a la Palabra de Dios pruebas, rituales, y fórmulas generadas por el hombre (cf. 2 Ti. 3:15-17; 2 P. 1:3-8).
2. Niega la perfecta obra de Cristo en la Cruz.
3. Tergiversa el evangelio de Cristo (cf.Gá.1:6-9)
4. Niega la enseñanza bíblica de la responsabilidad personal. La popularidad de la doctrina de las maldiciones generacionales se centra en la corriente de la psicología moderna, se rehúsa a aceptar responsabilidad por sus propias faltas y pecados. Los cristianos, en muchos casos, nos negamos a aceptar la verdad bíblica de que somos tentados de nuestra propia concupiscencia y ni aun el diablo puede obligarnos a pecar (Stg. 1:14). Hoy la Iglesia, en gran parte, colabora en el plan de victimización de la sociedad moderna. Todo el mundo es una víctima, ya sea de las circunstancias, de nuestros padres, del ambiente, de la herencia genética, de la sociedad, etc., y si bien en algunos casos puede haber una medida de verdad en esto, la tendencia general consiste en pensar que nadie es responsable por su propia conducta. Esto no es verdad, de lo contrario la Escritura nos ha mentido en un sin número de pasajes que nos exhortan a una conducta santa, y nos advierten que vamos a dar cuenta ante el Tribunal de Cristo. Dios no cree en el dicho: «El Diablo me hizo hacerlo«.
1. Nos acerca un paso más al paganismo de la nueva era del que fuimos llamados.
2. Pone exagerado énfasis en la obra del hombre, y da vueltas a la idea de una relación con Dios basada en las obras.
Las Escrituras nos enseñan que cada persona es responsable de sus propios pecados y que ninguno pagará por los pecados de sus padres
Jeremías, contemporáneo de Ezequiel, habló a los judíos en Jerusalén: «En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrán la dentera» (Jer. 31:29,30).
Estos pasajes son claros. En efecto, este es el principio de que las Escrituras se interpretan a sí mismas: los pasajes difíciles deben ser interpretados a la luz de pasajes más claros, como estos de Ezequiel y Jeremías.
Es importante notar que no todos los judíos en esos tiempos trataban de culpar a los demás. Aun-que tuvo las mismas pruebas del cautiverio en Babilonia, el profeta Daniel mostró una actitud opuesta a sus contemporáneos en Judá y Babilonia. En vez de culpar por su destino a sus antecesores, como hacía el público oyente de Jeremías y Ezequiel, él aceptó su propia responsabilidad personal y la de sus contemporáneos por el juicio que había caído sobre ellos. Escribió: «Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas […]. Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti. Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos. De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado» (Dn. 9:4, 5,7-9).
En la oración de Daniel, no se menciona que la razón del exilio sea por los pecados de los padres. Esto es aun más asombroso si recordamos que Daniel era consciente de que, por generaciones, Dios había enviado profetas para advertir a Israel de ese juicio si no se arrepentían.
En el tiempo de Jesús, los judíos habían olvidado otra vez las correcciones del paganismo expresadas por Moisés y los profetas. Jesús encaró los mismos asuntos. En Juan 9:1-3 leemos: «Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él». Aunque los discípulos tenían el antiguo punto de vista pagano de que la culpa y el pecado podrían ser heredados, Jesús enfatizó la gloria y la gracia de Dios.
Jesús también afirmó: «Vete, y no peques más» (Jn. 8:11). Las palabras de Jesús sugieren que el perdón de Dios basta para alcanzar un grado tal de transformación espiritual que produzca un cambio de vida. Jesús creía que la mujer a quien acababa de perdonar era libre de escoger si permanecería en el pecado o se apartaría de él. No se hace ninguna referencia a la necesidad de una oración adicional, una ceremonia, o una fórmula de renunciación para complementar la oferta de la gracia y el perdón de Dios.
Continuará …
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Esta investigación fue realizada y editada por el Dr. Jesús María Yépez, médico cirujano, doctor en Teología, pastor, y profesor de Biblia y Teología en el Seminario Teológico Alfa y Omega. Puerto Ordaz, Venezuela.
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